domingo, 30 de octubre de 2011

EL LOBIZÓN DE TRAS LA SIERRA de Gilda Bona y Hugo A. Ramos

Estreno en San Pedro

Domingo 6 de noviembre 21 hs.

 EL LOBIZÓN DE TRAS LA SIERRA 
de Gilda Bona y Hugo A. Ramos
Sala  Cuarta Pared
Independencia y Almafuerte

Entrada General 35$


El lobizón de tras la sierra
de Gilda Bona y Hugo A. Ramos
ElencoCeleste Campos Pablo Bocanera Damián Andrés
  

Vestuario Marta Albertinazzi

Diseño de escenografía Magali Acha
Armado Odo Farías y Hugo A. Ramos

Diseño de iluminación Lucas Orchessi -

Música original 
Flauta Traversa Amín Pires Frades
Saxos y Ronroco Matías Varde 
Efecto sonoro Aníbal Tonianez

Asistente de dirección Alejandro Richichi

SP Amauta Producciones




Dirección General:Gilda Bona

"Noche de luna llena.
Una periodista busca la verdad en el pasillo de un ómnibus.
Un chofer con sueño se la niega.
Un policía interviene..."

¿El lobo está?
Por Moira Soto (Periodista y crítica teatral. Página 12 .  En otros medios radiales y gráficos

 Admirable la rigurosa economía con que Gilda Bona y Hugo A. Ramos reformulan la leyenda del hombre lobo a la criolla, esto es, el lobizón o –según la antología de Seres Mitológicos Argentinos, de Adolfo Colombres- lobisón. Sorprendente la finísima ambigüedad con que se van revelando los personajes, un curioso trío formado por una chica que se desmaya cada dos por tres, el conductor del ómnibus donde ella ha viajado hasta la terminal, y un policía hermano del chofer.
Ya desde el geométrico trazado escenográfico (dos vectores que se abren marcando una perspectiva oblicua, para representar el pasillo del ómnibus) se puede vislumbrar que El lobisón de tras la sierra va a plantear una hipótesis que, como suele suceder en algunas ciencias, quizás no se resuelva en forma transparente porque en todo caso lo que vale es abrir caminos, dejar caer pistas para descifrar los enigmas: ¿hay realmente un lobizón tras la sierra? ¿la periodista fue efectivamente violada o hubo cierto consenso de su parte? ¿el conductor es el lobisón serial que –según ella dice- la policía anda buscando, o lo es su hermano, agente de esa fuerza precisamente? La única certeza es que a medida que la historia se desenvuelve –en la acepción primera de sacarle a algo envolturas- el espectador es incitado a un continuo estado de alerta, a confrontar lo que está diciendo un personaje con algún diálogo anterior, a advertir que la obra se va abriendo progresivamente hacia nuevas, inesperadas, intranquilizadoras sospechas.
Uno de los más altos logros de Bona y Ramos como dramaturgos es haber sabido mantenerse en esa difusa frontera entre el sueño y la realidad, donde nada es seguro y la inquietud crece a la par de la fascinación que ejerce esta obra donde la comunión de escenografía, vestuario, luz música, actuaciones y puesta  es tan acabada que resulta difícil abstraer los distintos rubros, o imaginar otra versión escénica de este texto. Los vectores que cruzan el escenario en diagonal parten desde un único asiento de colectivo –punto de fuga- y llegan hasta el caño que puede servir para agarrarse en el primer piso, o  para subir al segundo, lugar donde tuvieron lugar los hechos que narra la chica, periodista de un canal de cable dedicado a investigaciones criminales. Narración de la que, primero el chofer y posteriormente su hermano policía parecen descreer, aunque ella, en su faz de detective, los pesca en contradicciones y va sacando sus propias deducciones.
Con un tratamiento bien diferente al que aplicó Julio Molina a su precioso texto teatral Madre de lobo entrerriano –donde una mujer alardea de haber tenido amores “con el más hermoso lobo jamás visto” y es reivindicada por su hijo alobado- Bona y Ramos proponen una suerte de ecuación con esta trasposición del mito universal del hombre lobo, sembrando incógnitas que no se terminan de despejar del todo en esta pieza circular y la vez abierta.
Larga y diversamente tratado por el cine –desde la icónica encarnación de Lon Chaney jr hasta el Hombre Lobo Americano en distintos países y los numerosos ejemplares más recientes saturados de efectos especiales-, el hombre lobo ha tenido poca presencia en el teatro. Pero importante localmente su consideramos Madre… y El lobizón… El vampirismo otro mito básico del género fantástico también ligado al tema del doble- siempre ha tenido más prestigio que la licantropía, metáfora de la animalidad reprimida de los humanos, de la libido sin frenos. El lobo (ancestro salvaje del domesticado perro) es un animal mal visto a través de la Historia, siempre temible en los cuentos de hadas y en las rondas infantiles, usado desde tiempo inmemorial para enseñarle a las caperucitas que deben obedecer a la mamá y no hablar con desconocidos.
Bona y Ramos pasan por alto, dan por sabida la creencia popular local sobre el séptimo hijo varón consecutivo cuyo destino de volverse lobo en noches de plenilunio era enmendado si lo apadrinaba el presidente y además recibía el nombre de Benito; pero de todos modos, si aparecía un lobisón suelto se prescribía dispararle con balas benditas… Dramaturga y dramaturgo apelan directamente al inconciente colectivo para traer sesgadamente a escena al lobizón, desde la afirmación de la periodista Sandra, que no por azar porta un abrigo de piel; también desde la negación a cierta altura dudosa de los hermanos Beto y Cacho.
El hombre lobo, es cosa sabida, recupera la humanidad  (que perdió en  la medianoche de luna llena) con las primeras luces del alba. El ómnibus donde viaja Sandra acaba de llegar en la madrugada a –nada menos- Salsipuedes, ese encantador pueblito serrano cordobés. Ya bajaron todos los pasajeros pero ella permanece dormida y en esa primera y muy sugerente escena –un verdadero hallazgo en todo sentido-el chofer Beto recoge con su fálica linterna y levanta del suelo una bombacha antes de llegar a la mujer y despertarla con un chasquido de sus dedos (como se hace con las personas hipnotizadas). Más tarde, Sandra dirá que fue narcotizada por el aliento a menta del lobizón que la arrinconó contra la ventanilla, que le hizo tocar en la oscuridad el arma que llevaba… Y Beto se quejará una y otra vez de su necesidad de dormir luego de 20 horas despierto trabajando. El único que parece no tener sueño es el policía.
No hay aullidos en esta obra, solo el inspirado comentario musical –retozón, travieso, irónico- de la flauta traversa de Amin Pires Prades, que hace contrapunto con determinadas líneas del diálogo (acaso no esté de más recordar que la flauta era el instrumento de los lascivos faunos, mitad humanos, mitad cabras…) Queda hecho el elogio de la estilizada y funcional escenografía de Magali  (sin acento en la i, por favor) Acha, que se complementa con los aciertos del vestuario de Marta Albertinazzi y del resto de la música que se integra orgánicamente a la obra.
 Y, lo último pero no lo menos importante, la exacta y apropiada tonalidad conseguida y sostenida por Celeste Campos, Pablo Bocanera y Damián Andrés, fruto evidentemente de un atinado casting, del talento de estos intérpretes y de un trabajo en equipo sencillamente virtuoso.